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Ensayos 


El camino del Pentágono
por Meir Wigoder
(Página 4)

Mientras que las imágenes de Bush se multiplicaban en los televisores del bar del aeropuerto, comencé a imaginarme un salón de espejos, pasando de una intervención norteamericana en el extranjero a otra, a la par que los fantasmas de Bahía de Cochinos, la Guerra de Vietnam, la derrota en Irán, la invasión de Granada, el apoyo a Noriega y su captura, el penoso episodio de Somalia y el bombardeo de posiciones estadounidenses en el Líbano y en Arabia Saudita, todo confluía en una bola de fuego que rodaba hacia las desiertas colinas de Afganistán, que muy pronto se verían colmadas por una mezcla de bombas y paquetes amarillos con comida que caerían del cielo como maná. El presidente hacía alusión al "bien" y al "mal", reflejando todo un género de discurso característico de la Guerra Fría. La promesa de una "cruzada" remitía al pasado colonial del mundo "civilizado". Incluso por un instante, el presidente Bush confundió la guerra que se aproximaba con una cacería de zorros, prometiendo echar a los malos de sus cuevas, extraño comentario en boca de alguien que había pasado todo el día recluido en un escondite bajo tierra a causa del ataque terrorista. Después, antes de que los asesores del presidente comenzaran a escribir su discurso para el Congreso con una prosa más refinada que haría que muchos columnistas proclamaran que el 11 de septiembre había nacido un nuevo estilo presidencial, en los periódicos todavía se podía saborear el lenguaje local: la fotografía de plana completa que representaba a Osama bin Laden como criminal de película del viejo oeste, convertía en un pelotón a las unidades del ejército que fueron reclutadas.

Había sido herido el sentimiento de grandeza de la sociedad estadounidense, algo que el presidente expresó bien cuando explicó su sorpresa por haber sido atacados en casa. (Aparentemente, un lujo que ningún otro país pude permitirse, ¿en dónde más se puede atacar a una nación?) Esta sensación de orgullo herido, que había hecho que las personas se sintieran tan vulnerables, se manifestó claramente en el quinto día de luto, cuando visité Union Square y estaba la plaza repleta de improvisados altares con velas y escritos en los que la gente expresaba sus más íntimos sentimientos. En los escalones de la plaza había un grupo de personas paradas alrededor de una mujer vestida como la Estatua de la Libertad. Su cuerpo entero y su rostro estaban pintados de verde y los pliegues de su vestido eran muy convincentes. Llegué en el momento exacto en el que se cansó de mantener la pose y necesitaba descansar su mano, cansada de cargar la antorcha (sentí una inmediata empatía con su cansancio y pensé en la pobre escultura que ha tenido que mantener su mano en alto por todo un siglo); pero la mujer volvió a levantar la mano para unirse al creciente coro de cánticos que se levantaba a su alrededor: Nueva York, EUA, América, el Cosmos, el Altísimo. Al aumentar el volumen de los cánticos, los cuales parecían estar dirigidos a una de esas aperturas en el cielo que los parques de Nueva York abren a través de todos los rascacielos, empecé a imaginar una cámara que retrocedía desde un primer plano de la estatua ecuestre de George Washington, ubicada en la plaza, hasta revelar una vista de la ciudad de Nueva York, y luego retrocedia aun más mostrando todo el estado de Nueva York, luego una imagen por satélite de los Estados Unidos y por último la Tierra, dando paso en mi mente a una de las imágenes más notables de este acontecimiento: CNN transmitió una imagen de toda la zona metropolitana de Nueva York desde un satélite mostrando la zona de desastre. En la superficie plana del mapa que no registraba ni una alma viva y en donde todos son supuestamente iguales y viven bajo las mismas condiciones climáticas, se alzaba una columna de humo como si se tratara de una antigua señal usada por los indios para indicar peligro.

          

¿Qué sensación de pérdida de poder reflejaba la multitud al colocar con sus cantos a los Estados Unidos del lado del cosmos para compensar así su incapacidad de actuar frente a este terrible acontecimiento que los había convertido, contra su voluntad, en espectadores pasivos? Un recuerdo de mi primera visita a los Estados Unidos es indicativo de la manera desproporcionada en que los norteamericanos se ven a sí mismos en relación con el resto del mundo: Recuerdo la mirada sorprendida de un aficionado al béisbol cuando le pregunté que qué quería decir con "Serie Mundial". No podía comprender la discrepancia que yo encontraba entre el ambicioso nombre de este evento y el hecho de que ningún otro equipo de béisbol del mundo, a excepción de un solo equipo canadiense, participara en esta contienda. El mundo no es Estados Unidos, le expliqué, aunque en ocasiones así lo crean. Los estadounidenses son conocidos por sus escasos conocimientos de geografía. Sorprendido por ver tantas banderas decorando la plaza, recordé la impresión que tuve durante una viaje de costa a costa: el número de banderas de Estados Unidos crecía en proporción directa entre más cerca me encontrara de pequeños pueblos en lugares lejanos, como si el único propósito de estas banderas fuera recordar a los habitantes en qué país vivían.


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