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Ensayos 


El camino del Pentágono
por Meir Wigoder
(Página 2)

Lo único que pasaba por mi mente, después de mi llegada, era el miedo a perder las primeras impresiones que había absorbido en Nueva York tras el ataque. No fue fácil ver Manhattan por última vez desde el avión durante el despegue, con la gente asomándose por las ventanillas del avión durante una agonizante puesta de sol, buscando una herida que no habían podido ver en persona pero a la que se sentían tan atraídos desde el momento en que las torres gemelas se desplomaron. Este era el sitio que ahora se conocía evocadoramente como "el punto cero", como si el único propósito del desastre hubiese sido generar todo un campo de asociaciones sobre el colapso del significado, de la verdad y, especialmente, de las presuposiciones sobre la realidad, para obligarnos a comenzar todo desde el comienzo. Al unirme a los pasajeros que querían asomarse por la ventanilla desde sus asientos en el pasillo, el avión se inclinó bruscamente hacia una lado, haciendo que un ala se levantara, eliminando repentinamente mi vista y haciéndome consciente de mi propia vulnerabilidad dentro al avión,tenuemente iluminado por cientos de pequeñas pantallas de televisión que repetían la misma imagen al infinito en la parte trasera de todos los asientos de los pasajeros y, por tanto, creaban el efecto espectral de que no existía ninguna fuente estable y que la realidad era efímera.

Habiendo estado relativamente cerca de las torres gemelas y habiendo presenciado su desplome junto con muchos otros neoyorquinos curiosos, tan aficionados a salir corriendo a la calle con sus cámaras, me di cuenta que haber estado ahí no implicaba necesariamente haber contado con una mejor vista que la tenida por los millones de personas que lo vieron por televisión. El desplome del World Trade Center había sacudido los cimientos de lo que significa presenciar un evento en vivo; ver a través de una cámara y registrar la realidad; peor aún, me sentí preocupado por la velocidad con la que mi mente se adaptó a la ausencia de las torres en el perfil de la ciudad. Durante un día entero, la gente se había referido a la caída de las torres únicamente como un suceso arquitectónico, como forma de negar el hecho de que tantas personas habían muerto ahí. Ver las ambulancias vacías esperando, la ausencia inmediata de heridos o cadáveres, la falta de histeria y las excelentes condiciones climáticas que perfilaban los edificios nítidamente contra el cielo, hicieron que este enorme espectáculo se volviera hiperreal, y fuera visto y descrito en términos cinematográficos por los primeros testigos entrevistados por la televisión.


Solamente con la llegada de la noche, después de pasar más de siete horas en la zona y de haber presenciado el colapso del edificio número siete, llegué al Alcaldía y pude darme cuenta de las terribles implicaciones de esta tragedia: fue el sonido de los martillos, sostenidos en manos de jóvenes voluntarios, lo que restauró la escala humana a esta épica al estilo de Cecil B. De Mille e hizo posible absorber el hecho de que miles de personas habían muerto. Los voluntarios se agachaban sobre la acera, preparando camillas improvisadas con tablas de madera. (Como fotógrafo, esto me llevó a comprender la importancia del sonido y la habilidad cada vez menor de las imágenes para recrear la emoción real de la experiencia. También me llevo a hacer la reflexión de que si alguien alguna vez intenta llevar esta tragedia al cine, deberá toamr en cuenta el siguiente factor: el momento más trágico de comienzos del siglo XXI tuvo lugar en silencio, ya que las cámaras fueron incapaces de captar claramente el sonido de la caída de las torres - jamás una escena de muerte y sus consecuencias ha sido vista por tantas personas, desde una tan rica variedad de puntos de vista y en silencio; los únicos sonidos fuertes comenzaron mucho después con la llegada de la maquinaria de construcción y demolición.


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