Adiós al pasado. Epitafio para Creative Camera PDF
Escrito por Peter Turner   

 

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Escribo esto con una sensación de pesar. No, para ser más precisos, con lágrimas en los ojos. La revista que edité por muchos años ha dejado de existir. Creative Camera (CC), más tarde rebautizada como "Dpict", ya no forma parte del firmamento fotográfico, y me lamento por esta pérdida.

 

El Consejo para las Artes de Inglaterra decidió poner fin al financiamiento de la revista, a pesar de que obtenía el 60% de sus ingresos a través de sus ventas. (En términos estadísticos, CC tuvo un mejor desempeño que Covent Garden Opera). Quizá nunca fue perfecta, pero por más de 30 años fue un foro para la expresión y la discusión de la fotografía.

 

La visión crítica y analítica de DPICT se construyó sobre los riesgos editoriales tomados por Creative Camera. Por más de tres décadas, sus páginas dieron cabida a las fuertes y distinguidas voces de escritores y artistas como Roland Barthes, John Berger, Victor Burgin, Jo Spence y Helen Chadwick. Como foro importante para la apreciación y la recepción crítica de la fotografía, Creative Camera se convirtió en pieza clave para el mundo que estaba examinando.

 

Durante su primera década, fue la voz de una nueva generación de fotógrafos que ansiaba tener una alternativa al anticuado espacio de los clubes de fotografía. Posteriormente, la revista se especializó como espacio donde se exhibían innovadoras propuestas fotográficas y se publicaban artículos críticos e informativos sobre la imagen en un contexto cultural amplio.

 

Ubicada en Londres, esta revista de circulación mundial se convirtió en sinónimo de calidad fotográfica. Sin embargo, el precio que tuvo que pagar por su independencia fue el sacrificio de todas las personas involucradas y una dependencia excesiva hacia el apoyo económico del Consejo para las Artes de Inglaterra.


Based in London, it had a world-wide circulation and over 30 years the magazine became a byword for quality in photography. The price for its fierce independence, however, was sacrifices by everyone involved, and over-reliance on financial assistance from the Arts Council of England.

 

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Las artes siempre han necesitado patronos, no porque carezcan de valor alguno, sino porque la gente necesita constantemente un aguijón que los impulse a reexaminar sus valores; cuando las artes son menospreciadas es cuando las necesitamos con más urgencia. Por esta razón me molesta profundamente el hecho de que se ignore a la fotografía en el torbellino de la confusión postmoderna.

 

Cortarle la yugular es pagar un precio más alto de lo que podría imaginarse; a nadie parece importarle que el costo de resucitar el cadáver de la fotografía seria sea muy alto y que existan personas que hayan perdido sus fuentes de trabajo. Simplemente es un genocidio: a través de estas acciones, aparentemente pequeñas, los términos que definen lo humano lentamente toman su pauta de la agenda burocrática, haciendo que los simios de la variedad más egoísta sean la especie más popular de nuestro planeta. Tristemente, podrían superarnos en número dentro de poco.

 

Lo que sigue es una breve historia anecdótica de Creative Camera, una tragicomedia escrita en homenaje a su trayectoria y para llorar su pérdida. Primero, permítanme presentarles al reparto. Al frente del listado de personajes (podría calificárseles de excéntricos) que hicieron posible la revista, se encuentra Collin Osman, su primer editor y a quien alguna vez describí como "alguien con un gusto por corbatas irreales".

 

Aunque con temperamentos distintos, los dos contribuyeron con ideas y apoyo. Ambos estaban casados con una idea de excelencia en la fotografía. Yo también lo estaba, pero eso fue un poco más adelante; al fin y al cabo, yo era sólo un joven entusiasta. Tenía que demostrar que tenía las capacidades. Eventualmente, Bill se mudó a los Estados Unidos, en donde su talento fue más apreciado. Ha escrito varios libros, el último de ellos es Sun in the Blood of the Cat.

 

Antes de Bill, vinieron dos sudafricanos: Silvestre Stein y Jurgen Shadeburg (editor) cuando la revista se llamaba "Camera Owner". Jurgen renunció en 1967 para regresar a su antiguo oficio de fotógrafo. Stein pensaba cerrar la revista. Pero aparecieron en escena Bill Jay, quién escribía para la revista, y Colin Osman.

 

Colin era una persona inteligente que se había enamorado de la fotografía, a la vez que dirigía una empresa editorial familiar que publicaba una revista semanal para aficionados a las palomas. Era un negocio lucrativo, aunque algo surrealista para los no entendidos como yo. Aunque era un hombre relativamente rico, Colin no temía usar su dinero para cosas que estimulasen su imaginación.

 

Juntos, él y Bill implementaron un cambio de nombre y presionaron a Grace, la esposa de Colin, para que asumiera gran parte de las tareas administrativas. Mientras tanto, las palomas continuaron batiendo sus alas y llevando dinero al hogar.

 

Creative Camera fue de hecho subsidiada por un montón de pájaros. Colin fue y es una persona extraordinaria que usa la cabeza para decidir dónde invertir su dinero. Personifica mi idea de lo que significa ser un socialista caballeroso. Dadas las incongruencias de la situación (es decir, ¿se imaginan pasar el tiempo con un grupo de aficionados a las palomas más locos que cualquier fotógrafo?), los años que trabajé con Colin fueron memorables. Más que un jefe, fue un padre para mí.

 

La fotografía ha tenido pocos amigos tan buenos como él, aparte de los fotógrafos que necesariamente están obsesionados con su propio trabajo. La idea de Colin fue facilitar la distribución de esas obsesiones porque pensaba que valían la pena. Uso la fotografía para explicarse a sí mismo y a los demás.

 

 

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Ingresé a CC con un genuino sentido de respeto. En aquel entonces era una de las cuatro revistas con circulación internacional que entretenía la noción de "la fotografía como arte". O, como decíamos nosotros, "la fotografía como medio de expresión personal". Las otras revistas eran "Camera" de Suiza, "Aperture" de Estados Unidos y "Camera Mainichi" de Japón.

 

Conformábamos un pequeño y alegre grupo de almas gemelas. Queríamos decir la verdad a través de la fotografía. A veces con acercamientos muy crudos y directos, pero siempre con grandes ideas.

 

Existían evidentemente otras revistas. Colin hacía visitas frecuentes a Europa del Este por su negocio de las palomas y solía regresar con impresiones, revistas y libros que provenían de lugares con una cultura fotográfica muy activa. En retrospectiva, puedo ver que yo era un arrogante Joven Turco sin temor a opinar, rasgo que he conservado en mis años maduros.

 

El tiempo y la experiencia han templado mi arrogancia, pero no mis opiniones. Fue la opinión lo que dibujó la historia de mi vida.

 

Escribo estas líneas porque CC fue algo muy personal, aunque no me perteneció exclusivamente a mí. Sería imposible mencionar a todas las personas que influyeron en la revista. A través de los años, publicamos el trabajo de un número considerable de personas, algunas famosas, otras no.

 

Nos sentíamos fascinados por los fotógrafos jóvenes, y a los viejos y marginados, además de por los clasicistas y los iconoclastas. Fueron tiempos maravillosos durante los cuales floreció el interés por el medio. En una ocasión, crucé los Estados Unidos, desde la frontera con Canadá hasta la frontera con México, conociendo a decenas de fotógrafos.

 

CC fue mi pasaporte. Llegué a conocer a toda la gente importante. Lo mismo sucedió en Europa, donde viajé de Suecia a España. Era una vida afortunada, hecha posible gracias a la pasión, al arduo trabajo y a un sentido de convicción. Además de fotógrafos, también conocí a pintores y poetas, arquitectos, anarquistas e historiadores del arte. Incluso fui presentado a miembros de la familia Real y pude fotografiar a Yul Brynner, gran aficionado a las palomas. Menciono esto, no para darme importancia, sino para contextualizar el momento.

 

Dejé la revista en 1978 para dedicarme a la publicación de libros; más adelante comencé a dar clases y me dediqué a la curaduría de exhibiciones y a escribir libros.

 

Fui reemplazado por Judy Goldhill; después se sucedieron rápidamente Mark Holborn y Susan Butler. Cada uno de ellos, aportó su peculiar visión y todos recibieron el apoyo de Colin. La contribución de Judy fue principalmente visual, la de Mark fue visual y verbal. Susan contribuyó con su mezcla de polémica feminista y perspectiva académica. Cada herramienta era la apropiada para registrar el cambiante horizonte de la fotografía en un momento en que se estaba definiendo a sí misma. Mientras tanto, el gorgojeo de las palomas comenzaba a hacerse menos presente y ya no había tanto dinero disponible.

 

Había llegado el momento de llamar a la 'policía del pensamiento', es decir, al Consejo para las Artes, y pedir dinero. Esto fue lo que hizo Colin y le pidieron que formara un consejo editorial. Fui incluido en este abigarrado grupo.

 

 

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Sin embargo, no estábamos vendiendo suficientes copias de CC. Esto ocurre con frecuencia en la industria de la publicación fotográfica cuando se está libre de compromisos. Algunos de los gastos indispensables, como la composición y la impresión, se cubrían en parte con la venta de libros. Por un tiempo, CC tuvo la mejor colección de libros de fotografía en toda la ciudad.

 

Pero un día en 1986, Colin me llamó para invitarme a comer. Me dijo que iba a cerrar la revista. Con todo y la subvención del Consejo para las Artes, no podía seguir apoyando a la revista con sus propios recursos. Yo protesté, no por la comida, sino por la idea de perder esta importante y duradera contribución a la cultura visual.

 

Urdimos un plan para mantener con vida a la revista y yo me convertí en editor. Puse las finanzas en orden, encontré una nueva oficina y contraté a Eileen, una historiadora del arte graduada de la universidad de Essex que había trabajado con Colin. Eileen era estupenda. Cuando me veía caminando de un lado a otro de la minúscula oficina tratando de solucionar demasiados problemas a la vez, me solía decir las palabras que yo necesitaba escuchar, como por ejemplo: "Vamos, Pete, no eres Superman".

 

Yo pensaba que sí lo era, pero (Departamento de Confesiones Verdaderas) no era así. De modo que logramos revivir la revista, preservando su carácter visual y literario, pero alejándonos de la pompa de la historia del arte. Había algo de formuláico en ese tipo de escritos que me irritaba, y yo quería hacer el tipo de revista que a mí me gustaría leer. Mientras tanto el Consejo para las Artes estaba cambiando, buscando equilibrar las voces de una sociedad multicultural con aquellas de la Inglaterra thatcheriana: "supervivencia del más apto y que el diablo se lleve a quien quedé al último". Recibí varios regaños por mi obstinación y por mi eurocentrismo, pero había logrado rescatar la revista y administrar sus finanzas.

 

Salimos adelante con gran esfuerzo y con el apoyo de la comunidad fotográfica, sobretodo de aquellos que se sentían desplazados. También recibimos otras formas de ayuda: trabajadores voluntarios, contabilidad gratuita, asesoría financiera y mucha solidaridad. Los creadores de imágenes, los escritores, los impresores, todos vinieron a nuestra ayuda. Teníamos también un patronato que compartía mi entusiasmo. Estoy agradecido con todos ellos; ellos saben quiénes son. Era un muy arreglo para el Consejo para las Artes. Pero como sus contrapartes en otros países, vieron al caballo regalado en boca y no les gustó la dentadura.

 

David Brittain es otro personaje importante en nuestro elenco. Al igual que Bill Jay y yo, él había asistido a una escuela de arte (Glasgow School of Art) y había trabajado como periodista para una revista de fotografía. Me gustaba su estilo y lo invité a colaborar en CC. Esto lo llevó a trabajar directamente conmigo. David aún podía sentir ese latido que yo había comenzado a dejar de percibir por la presión de tratar de mantener nuestro pequeño barco a flote. Nos llevábamos bien, probablemente porque ambos estábamos silenciosamente locos pero sabíamos que se necesitaba disciplina para publicar una revista. Su contribución me permitió dedicar más tiempo al aspecto administrativo, aburrido pero necesario. Formamos una asociación simbiótica.

 

Cuando dejé la revista por segunda vez (1991), la puse en manos de David porque estaba seguro de que entendía el espíritu de la revista. Me siento orgullos de él y de sus logros. Al igual que yo, tuvo que enfrentarse a situaciones difíciles y aun así logró producir una revista perfectamente contemporánea. Grandes esfuerzos y muy poco dinero son la norma en el mundo del arte.

 

Luego, hace un año aproximadamente, intuí que algo estaba sucediendo. El hecho de que una pequeña publicación descapitalizada haya podido sobrevivir por más de 30 años a la turbulencia del cambio financiero y a las vicisitudes de las modas artísticas, era prueba de tenacidad, pero también me preocupaba que se necesitara tanto dinero y que se necesitara un grupo de lectores con criterio editorial. Los tiempos que vivíamos habían cambiado, el dinero hablaba más fuerte que nunca y era más difícil encontrar voces y visiones originales. Desgraciadamente, estuve en lo correcto y ahora me encuentro escribiendo estas palabras para despedirme de Creative Camera.

 

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En retrospectiva, mis años con Creative Camera tuvieron grandes recompensas; mi participación en la revista entre 1969-78 y de nuevo entre 1986-91 determinó una serie de momentos que definieron mi personalidad.

 

Conocí a casi todas la gente relacionada con el medio en Europa y Estados Unidos: desde Paul Strand y Walker Evans, a Henri Cartier-Bresson, Brassi, y Bill Klein; Don McCullin (¿o era Don McSullen?), Phillip Jones-Griffiths, Chris Steele-Perkins, Martin Parr, Marketa Luscacova, Harry Callahan, Aaron Siskind, Fred Sommer, Robert Doisneau, Mary Ellen Mark, Irving Penn, Richard Avedon, Ralph Gibson, Gilles Peress, Paul Caponigro, Ansel Adams, Minor White, la lista podría continuar para incluir a un gran número de mujeres y personas de las llamadas minorías étnicas, sin mencionar un vasto número de personas relacionadas con museos, historiadores, dueños de galerías y la típica gente rara que gravita en torno a la profesión.

 

Evidentemente estoy viendo el pasado a través de lentes color de rosa, aunque estén manchados con lágrimas. Sin embargo, a pesar de la subjetividad inherente, mientras escribo escucho la voz de muchos fotógrafos comprometidos que he conocido a lo largo de los años y que me han dicho que la revista cambió sus vidas. Haber formado parte de este proceso es motivo de orgullo.

 

Creative Camera fue una parte importante de mi vida de 1969 en adelante. Hizo que mi corazón latiera. Esperemos que aunque el nombre haya desaparecido, algo de su legado continúe resonando incesantemente en el mundo de la fotografía.

 

 

 

Peter Turner

 

 


 

http://www.zonezero.com/magazine/articles/turner/turneresp.html

 

 
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