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Curaduría de Elizabeth Ferrer

Fuera de las cómodas fronteras del retrato de familiares y amigos», a finales de los años cincuenta el jovenfotógrafo Pedro Meyer comenzó a capturar festividades y rituales religiosos de México. Y aunque también lo ha hecho en otras partes del mundo —como Europa, China, India, Estados Unidos o Israel—, antes que nada es «uno de los grandes fotógrafos del ritual católico en México», comenta Elizabeth Ferrer.

Las multitudes en procesión y los actos más íntimos de la devoción son la dualidad que Meyer examina al aproximarse a lo espiritual; territorio que, a la vez, es público y privado. Los peregrinos que llegan cada año a la Basílica de Guadalupe o los fieles presenciando la escenificación del Vía Crucis en Iztapalapa le dan a Pedro las mejores imágenes de «la complejidad física e intensidad psicológica» del fervor. Asimismo, en el uso de la máscara —que desde la época prehispánica «marca la suspensión temporal de la vida cotidiana»— Meyer ve «un instrumento para comprender toda la complejidad del yo, tanto interna como externa. De hecho […], permite una especie de desenmascaramiento.

 
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