ZZ. Arturo, tu padre es siciliano y tu madre tamaulipeca; sin duda una combinación singular ¿De qué manera tu origen ha marcado la forma en la que realizas tus proyectos?
Supongo que de alguna forma, aunque —para serte franco— nunca pienso en jaibas que hablan como Brando en película de Coppola. Mi padre fue piloto aviador y se hizo añicos en un avión haciendo piruetas, eso sí que me marcó de por vida.
ZZ. ¿Estás trabajando en algún proyecto personal en este momento? ¿Cuál es?
En lo mismo de siempre, en el desnudo, en el límite de lo permisible. Hago fotografía “erótica” (así, entre comillas) cuando el tiempo y la oportunidad me lo permiten. Me empecino en ese “abismo insalvable” de Bataille.
ZZ. Te has desarrollado como locutor, escritor y productor de proyectos publicitarios y culturales; esto te debe dar cierta facilidad para narrar con la imagen, ¿no? Para ti, ¿qué cuenta una imagen que no pudieras decir con palabras?
Lo visual y lo escrito, las imágenes y las palabras, son lenguajes distintos que no hay por qué verlos enemistados, sino diferentes y, a veces, complementarios. Ciertamente hay cosas o situaciones indescriptibles, pero —también— hay frases o párrafos tan bien puestos que cualquier imagen construida o incidental, decepciona.
ZZ. El taller que tomaste en la Fundación Pedro Meyer se enfocaba en la "luz". ¿De qué manera consideras que la sombra forma parte de tu discurso fotográfico?
A riesgo de sonar trillado, la sombra es el como el silencio en la música. Luz y sombra se complementan. Imposible uno sin el otro. Es dialéctica, es contrapunto. Precisamente esto que bobamente explico fue el quid a explorar durante el taller de Eniac Martínez.
ZZ. Descríbenos una foto que te hubiera gustado tomar y por alguna razón no tomaste.
Mejor te hablo de una imagen de la que no hay fotografía, pero que sería más amarga que La muerte de Marat. Sería el pequeño Emil Cioran y sus pocos compañeritos de juego practicando futbol… con un cráneo humano. Esa foto, no otra.
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