Querido Señor Picasso PDF

 

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Por Frederick Baldwin

Al conducir por el alto y curveado camino hacia la Villa Californie, repasé lo sucedido en los últimos días. Este era mi último verano en libertad. El año entrante, si todo salía bien, sería un graduado en busca de trabajo y tratando de sentar cabeza. Tendría que conformarme con solamente leer sobre la gente y las partes del mundo que me interesaban. En el verano de 1955, esta sentencia se posponía, y las responsabilidades de la vida adulta esperarían hasta 1956.

Quería ver a Pablo Picasso. Seguramente habría otros mejor acreditados o con algún mejor pretexto para verle que yo mismo. Pero para mi, él era el compañero imaginario que guiaba todos mis sueños creativos, además del cielo azul de la Riviera, el ardiente sol y el vigor sexual. Siempre había admirado a Pablo Picasso, quien era un rebelde, impredecible, un artista en constante evolución. Pablo Picasso y Diego Rivera fueron probablemente los primeros artistas de los que tuve conocimiento, aún cuando Rivera no tuviera la misma presencia fisica que Picasso. Pero sobre todo, mi héroe representaba la libertad que nada tenía que ver con las tediosas tareas de oficina que me aguardaban. Esta era mi auto-otorgada y temporal licencia para irrumpir en la vida de Picasso.

 

 
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