Panorámicas del siglo XXI, tomadas con una cámara del siglo XIX |
Fotografías de Eric Jervaise Texto de José Antonio Rodríguez
Sin duda la fotografía panorámica ha sido objeto de un renacimiento en los últimos años. Se puede argumentar una moda o el interés por experimentar con técnicas y formatos antiguos, pero los indicios van más allá: de una reflexión en torno a la percepción, zona difícil de precisar cuando se conjugan las explicaciones fisiológicas y culturales de la visión. Ya Goethe dijo, dentro de una concepción romántica que privilegiaba la subjetividad, que percibir y pensar son actividades coincidentes. La perspectiva renacentista, en sus diversas variantes, instauró un orden a la mirada y a la representación, al establecer puntos de fuga que jerarquizaban el espacio. La fotografía panorámica, por su parte, abre la visión más allá de los límites de la capacidad física de percibir y, sobre todo, de fijar la realidad que observamos1.
Es selectiva la atención visual ante la imposibilidad de responder de manera contemporánea a todos los estímulos externos, especialmente con la acumulación disgregada de imágenes a la que cotidianamente estamos sometidos. También implícita en la fotografía panorámica está la relación espacio/tiempo por el recorrido visual que genera, casi una secuencia cinematográfica, y por el evidente recorte de la realidad. Precisamente nuestro ver, y los recuerdos que formamos con él, están hechos de jirones de la realidad. Robert Delpire, en sus Notas a la obra de Koudelka, comenta que la fotografía panorámica es “un pedazo de tiempo, cerrado en sí mismo”.
|