Mudarse
por Maria Teresa García
Quito, 2008

Nos mudamos constantemente porque estamos en un estado continuamente dinámico adentro y afuera de nuestros cuerpos. Nuestras células cambian, nuestras mentes y relaciones cambian, nuestra piel y apariencia cambia, nuestro ambiente evoluciona, nuestro entorno tiene vida propia y constantemente es construido y descuidado. SOMOS finitos.

Y llevamos con nosotros todo lo que hemos juntado o de lo que nos hemos apropiado, lo que hemos experimentado, lo que hemos vivido, cómo nos hemos compartido dondequiera y comoquiera que vivamos. Sólo somos eso, una montaña de instantes en movimiento que toman y dan, todos conectados al universo y a nuestro yo interno.

Mudarse puede ser traumático si uno está consciente de eso, es “normal” si uno no lo está. Al mudarnos nos integramos con un mundo que nunca se detiene, que nunca deja de regenerarse, muerte y renacimiento están en él y en nosotros así como el yo interno que cada uno de nosotros posee.

El movimiento de la mente/alma podría ser un estado de enajenación al vivir en un lugar mientras habita en otro diferente. Escogemos y llevamos todos esos elementos que son importantes para el corazón y la mente de uno a dominios que son desconocidos hasta para el amigo más íntimo.

El movimiento de la mente empieza mucho antes de darnos cuenta de que somos humanos, cuando vivimos en el útero y anhelamos nacer. El movimiento del alma toma forma como un acto de la propia supervivencia, como una anticipación al acto del movimiento físico; nos enajenamos en el entorno físico y en un acto de urgencia, partir es del todo inevitable ya que es el final.

Por lo tanto, somos, por lo tanto, nos movemos...