Espejos de un rostro: doppelganger y alter egos |
Escrito por Alejandro Malo |
Es fácil olvidar que la historia de este medio fue propicio a tales paradojas desde sus orígenes: ya en 1840, Hippolyte Bayard ejecutó su autorretrato como ahogado, y al reverso denunciaba que su suicidio era producto del poco apoyo económico recibido por parte del gobierno francés, a pesar de su descubrimiento de un proceso fotográfico equivalente, y previo, al de Daguerre. Tal vez mostrar su cadaver abandonado en esa primera escenificación fotográfica fue lo que le dio la tranquilidad para vivir 37 años más, y le permitió poner en evidencia la fragilidad de la imagen como testimonio. Por otra parte, también se puede argumentar que esa foto representó de manera profundamente veraz su estado anímico.
En las siguientes décadas, esa inquietud por el retrato como una fantasía que permite ver una faceta oculta o inexplorada del retratado, sería cada vez más recurrente. Es así que, durante la última década del siglo XIX, Maurice Guibert captura la imagen de Henri de Toulouse-Lautrec bajo múltiples disfraces, e incluso un fotomontaje donde posa para sí mismo. Es muy probable que en algún fotomontaje previo se encuentre alguna persona duplicada en la imagen, pero es quizá en éste donde se atisba por primera vez la encarnación de un doppelganger, de un personaje idéntico pero con actitudes divergentes.
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