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Los extremos perdidos PDF
Escrito por Miguel Santos   
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“La mayoría de los usuarios de Internet busca la luz del
conocimiento y las teorías más recientes sobre el origen
del Universo, nada de pornografía... Es falso."

Campaña radiofónica “Es falso”, XHOF-Reactor 105.7 FM, IMER, 2010.

 

Mundo en imágenes, sí lo saben monitores y similares. Ante tal hiperabundancia, intuitivamente me he procurado una cauta desconfianza, sustentada en la suma facilidad con que mis sentidos pueden engañarse.

 

Plétora de imágenes tras el deseo, eróticas y/o pornográficas y/o whatever, lo nominal no es el punto; lo es la clara intención si las busco, si me encuentran: el despertar de un rijoso comportamiento.

 

Del porno equis punto cero, industria prolífica y rentable, sé, como algunos lo señalan, que puede fungir como ejemplo y modelo de cosificación, estereotipos, ilegalidades, riesgos en la salud pública, y maltratos violentos, brutales e incluso (según leyendas urbanas) letales; algunos otros encomian su papel como fuente de información sobre erotismo y su uso terapéutico como apoyo para tratar disfunciones sexuales. El fin de su consumo lo reconozco en un contundente estímulo: el placer autocomplaciente.

 

Tareas cotidianas, laborales, escolares u ociosas se optimizan con un obligado acceso a tecnologías, computadora, conexión a Internet, buscador que me ayude a priorizar los principales resultados de entre al menos cientos de millones de páginas y/o sitios. Empeño, precisión, años de experiencia o ventaja innata (cuestión generacional) acercan búsquedas exitosas. Una página desplegada, siete tabs abriéndose, resultados que aparecen fraudulentamente o que brotan espontáneos, más búsquedas, píldoras de wikipedia, cuasi-lectura, un video descargándose, una, dos, tres, cuatro, ene ventanas, saturación que precede a la pausa. Revisión, sobresalto por un thumbnail que atrae la atención, click y sucumbo ante mis bastante hedonistas cánones de esteta apasionado. Electricidad solitaria. Punto y coma. La súbita y conveniente decisión de postergar el objetivo original. ¡Ah qué mi cuerpo tan distraído! La anticipación dilata el desenfreno: ego-fantasías, belleza fácil, placer catalizado, delirio vívido, látidos martillados, orgasmo intenso.

 

Sosiego momentáneo frente al ciberventanal, disposición leve para la vuelta al hilo inicial. La ausencia de empacho y otra compulsión, fantasmas de aquella añeja adicción avariciosa: la edición-salvación de lo recolectado; siempre hay pena en echarla al mar, si preciosa es la pesca. ¡Ja! Mi vulgar apego al valor, al valor trastocado dijera mi padre, al irreflexivo y arbitrario valor. Mouse picoteado a diestra y siniestra, sinfonía de acumulación in crescendo. Golosinas que con pocas probabilidades serán consumidas de nuevo; la lengua en mi ojo apenas las lame cuando ya han sido resguardadas. Al acecho de mi descuido el familiar y ávido Next!

 

Y he allí la génesis de un peculiar y lúcido instante surgido de entre las horas que se han diluido. La percepción del común denominador: la voracidad por el más… mucho más. ¡Más! ¡¡Más!! ¡¡¡Más!!! ¡¡¡Mucho, mucho más!!! Y desfilan a su lado una infinidad de acompañantes: más arcadas, más crudo, más pequeño, más sometido, más transgresor, más animal, más mutilado, más muerto, más etc.

 

¿En qué momento los límites se salieron de foco? Si mi apetito lujurioso tenía aspiraciones sublimes cómo es que empecé a navegar entre imágenes con téntaculos y gusanos ávidos de horadar cavidades y excrecencias. ¿De quién son estas imaginaciones que con tan sólo un Save Image podría reclamar para mi colección? Son del Hombre. Los extremos están perdidos, hoy no los tengo a la vista. Sudo frío.

 

Expuesto y destemplado súrgeme la necesidad de creer, al menos, en una posibilidad inversamente direccional que no proporcional, el escenario profusamente admitido como apocalíptico lo evidencia.

 

 

 
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