Gerardo Nigenda: fotografiar lo invisible (1968 - 2010) PDF
Escrito por Joanne Trujillo   

 

AutorretatoGerardo Nigenda, fotógrafo, amigo y maestro de muchos, murió el pasado 9 de mayo. Nos quedan sus imágenes, registro visual de una experiencia sensorial más allá de la vista. Para quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, también nos deja sus enseñanzas y recuerdos entrañables de su buen humor y particular forma de mirar la vida.

 

Gerardo Nigenda nació en la ciudad de México, pero vivió casi la mitad de su vida en Oaxaca. Perdió la vista a los 25 años. Su encuentro con la fotografía se dio por casualidad, en 1996, cuando Freddy Aguilar, director de la biblioteca del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), lo invitó a ser el responsable de la biblioteca para ciegos del instituto, la Biblioteca Jorge Luis Borges, donde también impartió clases de braille. Después de un tiempo, el maestro Francisco Toledo decidió ubicar el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB) dentro de las mismas instalaciones del IAGO, por lo que curiosamente convivían ciegos y fotógrafos en el mismo espacio. Los primeros muchas veces fueron retratados por los segundos.

 

A partir de esta interacción contradictoria Gerardo Nigenda se encontró con la fotografía. Con la intención de fotografiar a quienes tantas veces lo habían fotografiado, a manera de broma, Nigenda se acercó a Cecilia Salcedo, la entonces directora del CFMAB, para preguntarle cómo le enseñaría a un ciego a fotografiar. Ella le dio una cámara Leica de bolsillo y le dijo que empezara a disparar. Así, en 1999, inició su aventura con la fotografía. Tenía 32 años.

 

A principios del año 2000, la documentalista Mary Ellen Mark le regalaría una cámara Yashika de bolsillo, que usaría hasta el día de su muerte, y de la que muy orgulloso siempre destacaba que tenía óptica Carl Zeiss. No resolvía nada técnicamente, en cuanto a enfoque, diafragma y velocidad de obturación. Lo importante para él no era la forma (la técnica) sino el fondo (el contenido). Si la tecnología facilita esa parte, para qué complicarse tratando de usar una cámara réflex. Lo importante es comunicar algo, y para eso no es necesaria la técnica, aunque reconocía que saberla, ayuda. Sin embargo, dentro de lo que pudiera llamarse técnica fotográfica, imaginaba una línea del centro del objetivo de su cámara al centro del objeto o sujeto a fotografiar. Con ello controlaba de alguna manera el encuadre. Con la experiencia aprendió a ubicar el sol y tratar de que estuviera atrás de él o a un costado. Podría decirse que el tiempo y el mismo proceso de adaptación a la condición de ceguera, definieron su muy personal manera de fotografiar.

 

En cuanto tuvo la cámara en sus manos, Gerardo empezó a reflexionar sobre lo que tenía que hacer con el aparato, más allá de simplemente disparar. Para él era importante sentir algo, que lo que fotografiara primero le llamara la atención, le provocara algo. Empezó como un juego, fotografiando las cosas que le gustaban: su aparato de música, la cerveza arriba del refrigerador, lo que hubiera en el camino a su casa o las bocinas en una marcha zapatista. Dentro del juego de la experimentación, empezó a tomar en cuenta los sonidos y los olores.

 

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Gerardo intervenía sus fotografías con textos en braille. De ser una descripción literal de la fotografía, que abarcaba toda la hoja —como aquella del Patio del CFMAB— con el tiempo las redujo a una frase que hablara sobre la sensación que lo llevó a fotografiar. Esas palabras son el título de la obra y las acomodaba en un lugar específico dentro de la imagen para que fueran parte gráfica de la misma y de su significado. Las fotografías de Gerardo Nigenda son, a la vez, dispositivos táctiles que mezclan el lenguaje escrito y el visual, conjuntando, la descripción ajena con los recuerdos propios.

 

Para él, la fotografía no era la descripción literal de la imagen, sino la sensación que tuvo a partir de la experiencia que lo movió a fotografiar: «Las fotos que tomo son vivencias, lo que huelo, toco, escucho. Las memorias de esas vivencias son mis negativos, las tengo en mi mente. Al leerlo [el braille], recuerdo y ubico dónde fue o qué es. No importa si no describo visualmente lo que hay en la foto, pero sí la sensación que tuve del momento en que la tomé». Así seleccionaba el material para imprimir, no importaba si una imagen era mejor que otra técnica o estéticamente, lo que importaba era que transmitiera lo que sintió.

 

En su forma de fotografiar, la motivación principal nunca fue visual, como sucede en el caso de los fotógrafos que ven. En sus fotografías lo importante era la parte emocional, no tanto el aspecto técnico ni estético; ciertamente, eso es lo que menos le preocupaba. Recuerdo bien una frase que me dijo la primera vez que nos encontramos: «Te tienes que revolcar con la imagen. Tienes que tocar, oler, lamer si se necesita, para que puedas ir construyendo una imagen». Y es que, fotografiar sin ver, las más de las veces, le exigía tener contacto con el otro, crear un vínculo con aquello que iba a fotografiar. No podía mantenerse a distancia o ser pasivo. En su caso, la fotografía era una experiencia completamente sensual, en la que involucraba el resto de sus sentidos.

 

El “Taller de percepción no visual” que impartió Gerardo por casi diez años, no sólo les recordaba a los participantes que vivir es una experiencia multisensorial sino que fotografiar también puede (o debe) serlo. Este taller, muchas veces, resultaba una experiencia casi espiritual para los participantes, donde eran concientes de su propia ceguera y de las limitaciones sensoriales y creativas que los habían restringido por tanto tiempo.

 

Gracias Gerardo por enseñarnos a mirar (y sentir) más allá de lo que ve nuestra vista...

 

Joanne Trujillo

Tiresias Fotógrafo

Retrospectiva de Gerardo Nigenda

 


 


 
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