Viejo Dhaka

Viejo Dhaka-Pertenencia
por Munem Wasif


Puran Dhaka, o el Viejo Dhaka, era un tema algo insólito. Existía a mi alrededor. Vivo aquí. Era casi intentar encontrar lo oculto en lo cotidiano. El Viejo Dhaka me había hecho apreciar una comida grasosa propiamente cocinada, el argot más vulgar, y es donde redescubrí el mismo pulso de pueblo chico que hace aferrarse a las cosas en vez de dejarlas ir. Mi años de niñez en Comilla, un pequeño pueblo en la provincia rodeado mayormente por asentamientos rurales impregnado de costumbre y estilo de vida del viejo mundo, me había hecho no solamente apreciar sino sentirme en casa con relaciones que se reforzaban con el paso del tiempo y enmarcadas con tradición más que nuevas tendencias. Pero entre los bordes, mi Viejo Dhaka empezó a revelar vidas desconocidas y a cuestionarme con preguntas angustiantes sobre asimilación, y peor aun, de eliminación.


Según empezaba a observar, el mundo que fue ordinario y doméstico comenzó a desentrañarse en una intrincada red de sabiduría ancestral y tradición. Festivales , como Holi celebrado con toda su grandeza en Shankharibazaar, que me había parecido solo divertido arrojándonos colores unos a otros se reveló con todos los vínculos de pertenencia, continuidad espiritual y rejuvenecimiento. Dejó se ser una mera festividad hindú, para ser una celebración del ser. Estructuras viejas y majestuosas que habían parecido solo edificios eran ahora símbolos de “arte viviente”.


La escena común de las madres bañando a sus hijos en el pequeño patio y los caballos cansados, viejos jalando carretas, que desde hace tiempo dejaron de ser cualquier medio de transporte “real”, se transformaban en puntos sobre una matriz donde vivir significaba construir progresivamente sobre lo que tienes sin borrar estructuras, costumbres, formas de vida que habían ocupado su lugar a través de siglos. Tomó tiempo, pero con cada paseo, descubrí por qué Sumitra Debi de Bonogram quiere que su propia casa y aquellas que la rodean permanezcan en su sitio. No eran casas, representaban sus sesenta años en este mundo. Es tiempo y vidas. Vidas vividas entre los confines de las paredes; respiran con las estructuras y su conciencia colectiva transforma los fragmentos en un todo.


Palabras como familia, tradición, pertenencia, aquí significan mucho. De hecho, es lo que une. El espacio impregnado de crecimiento colectivo no puede tocarse ni verse. Se vive. El viejo Dhaka deja de existir como solo un área, y las calles que he llamado mías se transforman en un espacio singular al que llamo hogar.

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