Arte documental |
Escrito por Alejandro Malo |
Existe una aparente contradicción entre el valor documental y artístico de una obra. Por un lado un documento fotográfico aspira a ser el testimonio de un instante —o una serie de instantes en el caso de un ensayo— con una ubicación, personajes y elementos precisos, que conduzcan a una interpretación exacta; y por otro lado se acepta sin mayores cuestionamientos que toda obra de arte, sobre todo en el ámbito fotográfico posterior a las vanguardias del siglo veinte, debe permitir diversas lecturas que eviten su agotamiento como mera ilustración o muestra de dominio técnico. Si, además de lo anterior, destacamos la distinción hecha por incontables concursos, casi como algo obvio, entre fotoperiodismo y fotografía artística, cualquier intento de conciliación entre ambas expresiones parecería destinado al fracaso.
Pero sucede que hay exposiciones donde se exaltan, en espacios destinados al arte, obras cuyo origen es el resultado de una labor documental. Bastaría con los ejemplos de las múltiples muestras, en diversos continentes, del trabajo de Robert Capa, Gerda Taro o Josef Koudelka; pero también se pueden destacar obras más recientes como las series de Chien Chi-Chang, las de Manuel Rivera-Ortiz o las imágenes de gran escala de Luc Delahaye. Y tampoco está de más señalar que, en ciertos casos, sea por el transcurrir del tiempo, la lejanía geográfica o simplemente la falta de contexto, una imagen documental se transforma en una expresión más vasta, donde una guerra cualquiera representa la violencia y angustia de todas las guerras, el hambre retratada en una figura cobra la contundencia de todas las hambrunas, y una tristeza desolada se convierte en todas y cada una de las tristezas imaginables.
Es en ese espacio donde —un poco a la manera en que en la literatura hicieron Alejo Carpentier, Julio Cortázar y muchos otros integrantes del llamado Realismo Mágico— se logra que una expresión precisa consiga, sin dejar su particularidad de lado, presentar inquietudes universales; y es ahí donde un documento, sin perder un ápice de exactitud, ofrece interpretaciones que se renuevan ante cada mirada. Pero también es justo desde la búsqueda de estos espacios, donde los convocamos a dialogar sobre la legítima aspiración de cualquier fotodocumentalista a tender un puente hacia el arte, así como a reflexionar sin prejuicios sobre las posibilidades de un territorio compartido.
Alejandro Malo
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