Las imágenes persistentes del 9/11 |
Escrito por Hans Durrer |
Reseña de:
El desastre en el World Trade Center en aquel fatídica 11 de septiembre del 2001, fue probablemente el evento más fotografiado de nuestros tiempos. Un buen número de esas fotografías han sido recopiladas por David Friend, quien añadió sus perspicaces comentarios. Hans Durrer reseña y reflexiona acerca de los resultados.
Desastres en la era de la fotografía digital Como probablemente muchos, me siento saturado de alguna forma cuando se habla del 9/11. Entonces, ¿por qué leería otro texto acerca de lo mismo? Bueno, pues me interesa la fotografía y el foto reportaje, especialmente las historias detrás de las fotografías, y cuando me encontré con “Watching the World Change” (Observando al Mundo Cambiar), la compilación de David Friend, despertó mi curiosidad y permanecí igual página tras página de este trabajo verdaderamente fascinante.
El autor, David Friend, antes director de fotografía en Life, es el editor de desarrollo creativo en Vanity Fair. Además de eso, es un buen escritor, un periodista incansable y, es muy probable, un adicto al trabajo –la sola investigación contenida en este libro es inmensa e impresionante.
¿Recuerdan la imagen de George W. Bush en la Zona Cero? ¿Aquella en que “…estaba de pie vestido con cazadora sobre un montículo humeante en la Zona Cero, con un prendedor de la bandera en la solapa y un megáfono en la mano enguantada. Abrazaba a Bob Beckwith, un bombero de sesenta y nueve años de Queens…”? Uno de los asesores de medios de Bush por largo tiempo, opinó que esa imagen “será la más duradera e icónica de su presidencia,” el editor en jefe de New York Daily News creyó que esta imagen fue improvisada, un estratega quien trabajó en la campaña de John Kerry pensó que era planeada, y Luc Sante, el crítico cultural e historiador fotográfico opinó que obedecía un guión ya que “con Bush nunca tendremos un momento que no sea orquestado.”
“Irresistible…Seguramente el manejo más original del impacto cultural de aquel día,”, se cita a Frank Rich del New York Times en la contraportada y, sí, pareciera cierto, pero lo que es más, esto es un periodismo absolutamente singular (bien contado, detallado y con un agudo sentido del flujo narrativo) que no solamente demuestra cómo –al tomar, observar, distribuir y compartir fotografías– intentamos dar un significado a aquello que nos rodea sino que también prueba que no es la historia (dramáticamente estructurada y realzada) la que hace un buen periodismo, sino la interpretación certera y comprensiva de cómo las personas asimilan lo sucedido. El 9/11 fue probablemente el evento más fotografiado de nuestros tiempos. Esta es una de las impresiones que se tienen cuando se invierte tiempo en este libro. Sé que vivimos en un mundo de fotografías, pero nunca se me hubiera ocurrido que tantas personas tomaran imágenes –videos y fotos fijas– ese día. “Un cineasta documentalista francés, un inmigrante checo y un artista alemán –todos neoyorkinos– por coincidencia tenían cámaras grabando y enfocadas en el World Trade Center cuando fue atacado. Momentos después, el artista Lawrence Heller, quien había escuchado el primer jet estrellándose en la Torre Uno, (la torre norte), tomó su videocámara digital… Las personas fotografiaban desde ventanas, parapetos y rellanos.
Fotografiaban mientras huían: en autos, a través de puentes, sobre avenidas cubiertas por corrientes de polvo y ceniza. Incluso fotografiaban las imágenes de sus televisiones mientras veían el mundo cambiar, justo en la pantalla.” Y estaba por ejemplo Patricia McDonough, una fotógrafa profesional quien, después de tomar bastantes fotografías que posteriormente aparecerían en Esquire y otras revistas, pensó que la fotografía “de pronto se volvía superflua,” cargó su bicicleta con guantes desechables y botellas de agua –“Tenía mucho entrenamiento de la Cruz Roja, clases de RCP, tengo una calma extraordinaria en desastres”– y se apresuró a ayudar.
Frenando la publicación “Sorprendentemente,” Friend comenta, “docenas de fotógrafos siguieron haciendo tomas aun cuando sentían que sus propias vidas estaban en riesgo –mientras nubes de escombro, de las torres que caían, se apilaban a lo largo de las calles.” Pero, ¿qué obligaba a la gente a tomar fotografías en tal situación? Por supuesto, las respuestas varían pero probablemente muchas personas “tenían que tomar una fotografía para después validar que realmente había sucedido”, como opina el curador y escritor Michael Shulan. Pero a pesar de las múltiples fotografías que fueron tomadas el 9/11 y los siguientes días (por las cámaras de TV, turistas, trabajadores, transeúntes) no fue de ninguna forma fácil para los fotógrafos profesionales hacer su trabajo. Christopher Morris, dice por ejemplo: “Llegué a la escena, pasé las barricadas, y de inmediato fui abordado por la policía. Era imposible hacer tomas. Todos odiaban a los fotógrafos. Éramos como parias.” Una de las razones por las que tantas imágenes fueron tomadas ese día es porque era posible: 50% de los norteamericanos vive en una casa donde hay una cámara digital; para el año 2006, 50 millones de celulares en Estados Unidos tenían cámara, me enteré. David Friend piensa que la semana del 9/11 fue el inicio de la era digital, de la cual forma parte la recopilación digital de noticias. En las palabras de Nigel Pritchard de CNN: “Ya no estabas atado a un cable y un camión satelital. Podíamos ir a cualquier parte y transmitir con un paquete de baterías.” La tecnología moderna (cámaras digitales, líneas de teléfono, cables de fibra óptica, internet, satélites) ha hecho posible que “en cuestión de minutos, cualquiera con un monitor, casi en cualquier parte del mundo, era capaz de tener acceso al material filmado sólo unos minutos antes,” como explica Friend.
En los días que siguieron al 9/11, casi no había imágenes publicadas (en Estados Unidos) que mostraran partes de cadáveres, sobrevivientes cubiertos de sangre o personas brincando desde las ventanas del World Trade Center. Esta autocensura, como Friend detalla, pudo haberse dado porque “los editores, hasta cierto punto, pudieron haberse sentido protectores de los suyos, comprometidos con las personas a quienes consideraban nada más y nada menos que su familia extendida –vasta, afligida e interconectada (…) En resumen, no podían soportar que alguien los viera en esas condiciones.” Seguramenete otra razón, como dice la directora de fotografía de Time, Michele Stephenson, fue que “no había muchas.” Pero, ¿qué pasó con las fotografías de quienes brincaban? ¿por qué no las vimos? Joe Scurto, por ejemplo, vio “al menos un ciento de personas brincando. Caían como lluvia.” Pues bien, hay una fotografía que es conocida como El Hombre Cayendo, tomada por el fotógrafo veterano de Associated Press Richard Drew; “la fotografía más famosa que nadie ha visto,” como dice Drew. Según lo ve Friend: “Actualmente…las asociaciones noticiosas tienden a irse a lo seguro, habiendo sido integradas a los conglomerados mediáticos, dan menos prioridad a mostrar realidades duras que a las ganancias, el entretenimiento de masas y satisfacer anunciantes temerosos.
Un libro personal Hay también datos peculiares que se aprenden en este gran libro, por ejemplo, que la bandera con barras y estrellas que los bomberos izaron en la Zona Cero ha desaparecido. O la historia de un publicista y un fotógrafo que hojeaban la revista Time (la foto de la portada había sido tomada por el fotógrafo), cuando llegó un hombre corriendo hacia ellos, les arrebató la revista y abriéndola en un desplegado de dos páginas, les anunció que esas eran sus imágenes. Y, cuando el publicista señaló que su amigo había tomado la fotografía de portada, le dijo: “Ahh, tú eres el que me ganó la portada.”
Nada bizarro en absoluto, pero muy interesante (y maravillosamente instructivo) me pareció esto: Tras los ataques a las Torres Gemelas, todos los vuelos comerciales que atravesaban el espacio aéreo de los Estados Unidos fueron inmediatamente suspendidos. De pronto, el aire estaba libre de estelas aéreas (las líneas delgadas de condensación que muchos aviones que cruzan el continente dejan a su paso) y tanto los datos visuales como meteorológicos que surgieron durante los tres días que los aviones estaban en tierra indicaron “que la fluctuación de temperatura (el rango entre el promedio de temperatura más alta durante el día y el promedio de temperatura más bajo durante la noche) en Norteamérica había aumentado entre 3 y 5 grados Fahrenheit…esto sugirió que las estelas aéreas, a través de los años, han tendido a bajar las temperaturas (un fenómeno llamado enfriamiento global), posiblemente ocultando lo que pudieron ser ramificaciones aun más severas del calentamiento global.”
Sobre todo, este libro demuestra lo que significa vivir en un mundo dominado por imágenes. Friend escribe: “La mayoría de nosotros difícilmente nos damos cuenta cómo las imágenes nos sirven para nutrir las raíces de nuestro tiempo libre. El pronóstico del clima que me ayudó a elegir qué ropa ponerme hoy fue creado por meteorólogos que interpretaron secuencias de imágenes fijas. Las cámaras de seguridad en mi edificio de oficinas, mi banco local, los espacios públicos de atravieso cada día, están grabando un flujo continuo de tomas de seguridad. Mi computadora almacena imágenes y las intercambia con otros aparatos electrónicos. Mi teléfono celular…” Finalmente, tomar fotografías y ver fotografías es asunto personal. Y se agradece que este sea un libro personal. No en el sentido de que David Friend vuelque su alma, sino en la manera como narra según avanza su trabajo: “Llamé por teléfono a un amigo en Londres para saber cómo estaba sobrellevando lo sucedido, para ofrecer mi apoyo…El 11 de septiembre, mi amigo, un ejecutivo en eSpeed (una subsidiaria de Cantor, la corredora de bolsa en Londres) había sostenido una conferencia telefónica con su contraparte en el piso 103 de la Torre Uno. Durante la llamada, había oído lo que recuerda como “una gran agitación a través de un megáfono”, mientras sus colegas hablaban sobre algún tipo de explosión. Después vinieron sonidos que ahora afirma son demasiado horrorosos como para ser descritos.”
En la misma línea escribe sobre como su hija de trece años Molly reaccionó a la noticia de que John Doherty, el padre de su amiga Maureen, no había regresado del World Trade Center: “Durante la semana siguiente, Molly periódicamente iba a la vitrina del comedor, abría el cajón del lado izquierdo, y sacaba una fotografía enmarcada que conservaba de diecinueve niñas de sexto de primaria, incluidas Maureen y Molly, con sus mejores vestidos.” También escribe cómo, él mismo intentó enfrentar la realidad después del 9/11: “Observé la foto enmarcada junto al libro de oración. Mostraba a mi hermana Janet, con brillantes ojos cafés, su juventud desaparecida de golpe, en un accidente de auto en 1997. Aun así, a través de la fotografía sentía que su ausencia era en cierto modo una presencia, y debía estar ocupada. Esta enfermera, que solía trabajar en el banco de médula ósea para niños en Seattle, hubiera estado inundada de trabajo esa semana. Al verla sonreír desde la mesita de noche, pensé que Janet estaría atendiendo, ofreciendo orientación y compasión, ahora que el cielo estaba repleto.”
2009 © Hans Durrer / Soundscapes
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