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Escrito por Amy Benfer   

 

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Escribiendo en un Mundo Libre

 

Jonathan Lethem explica porque la legislación de derechos de autor frustran la creatividad y porque está regalando los derechos para hacer una película con su nueva novela.

por Amy Benfer

 

25 de marzo, 2007. La séptima novela de Jonathan Lethem You don’t love me yet (“Todavía no me amas”) es una especie de parábola sobre las maneras en que se crea el arte y se convierte en mercancía mediante un proceso de préstamos, robos y transformaciones. Situada en Los Ángeles, la novela trata sobre cuatro músicos de rock indie que se encuentran más cercanos a cumplir los 30 años que al éxito. La atractiva bajista, Lucinda traba amistad con un cliente anónimo de su empleo en una línea telefónica de quejas de una galería de arte. El hombre, apropiadamente llamado “el Quejoso”, resulta ser un genio para las palabras. Lucinda da a conocer las disertaciones del Quejoso a Bedwin, el letrista de la banda, quien las transforma en canciones que finalmente le dan un reconocimiento a la banda. Las cosas se tornan difíciles cuando el Quejoso, en lugar de buscar una compensación monetaria, desea unirse a la banda.

 

La semana pasada, Lethem, autor de best sellers tales como Motherless Brooklyn (Brooklyn Sin Madre) y The Fortress of Solitude (La Fortaleza de la Soledad) propuso una igualmente inventiva, aunque mucho más generosa manera para otorgar los derechos para hacer una película con su novela. En su sitio Web, ofreció la opción de regalar dichos derechos a aquel cineasta que le presente la mejor propuesta para el 15 de mayo. A cambio, el cineasta acuerda pagarle el 2 por ciento del presupuesto total de la película cuando ésta logre un contrato de distribución, y permita que los derechos regresen al dominio público, para el uso gratuito de cualquier persona, incluyendo a otros cineastas , cinco años después del lanzamiento de la película.

 

Lethem también ha escrito un ensayo para la edición de febrero de la revista Harper’s llamado “El éxtasis de al influencia”, en el que hace un alegato a favor de un nuevo enfoque de la legislación de los derechos de autor, basada en el reconocimiento de que “la apropiación, la imitación, la cita, la alusión y la colaboración sublimada constituyen un sine qua non del acto creativo”. Se basa en el reconocimiento de que todas las obras de arte son en cierto sentido, una colaboración entre los artistas y el resto de la cultura. Hablé con Lethem sobre el tema del derecho de autor en su nueva novela y ensayo en su residencia en Brooklyn, Nueva York.

 

You don’t love me yet trata sobre músicos que tienen otros empleos durante el día. Esta clase de músicos casi no cuenta con el apoyo de una disquera y se encuentran perpetuamente de gira, sacando dinero de la venta de camisetas, esto es, vendiendo subproductos de sus lindas canciones. Cuando me subo al caballo pro derecho de autor, debo decir que estos músicos ponen en riesgo sus relaciones personales al estar todo el tiempo de gira, y cuando llegan a la mayoría de edad, que en el caso de un músico de rock indie puede ser a los 30 años…

 

Así es, no poseen una propiedad intelectual para ayudarles en el asilo de ancianos. Lo primero que quiero decir es que es enteramente una ficción de lo que, para efectos de esta discusión, llamaré la “oposición” de los absolutistas corporativos del derecho de autor, que el cuestionar de cualquier modo la actual locura privatizadora significa proponer la abolición anárquica del derecho de autor.

 

Yo me gano la vida licenciando mis derechos de autor. Todo lo que he tratado de decir en el ensayo de Harper y en otras partes es que hay una gigantesca zona gris. Se vuelve uno de esos temas como el que no apoyar que se realicen grabaciones de llamadas telefónicas privadas en los EEUU me convierta en un terrorista.

 

Lo que busco explorar es esa increíblemente fértil zona gris en donde la gente controle algunos derechos y obtenga importantes beneficios de esos controles y sin embargo contribuyan a un dominio público saludable y sistemáticamente renuncien a controles sin sentido que empobrecen al dominio público.

 

Dicho esto, no hay una descripción simple. Existe una intrincada serie de juicios dadas las variantes tecnológicas y las diferencias entre los distintos medios. No hay un estándar simple a aplicar. Es una cuestión de entender las necesidades de un dominio público sano y un incentivo saludable en cada campo específico.

 

Pero diré esto: Los problemas de los artistas, músicos, escritores y cualquiera que reciba un ingreso por realizar su trabajo más libre e independiente no son nuevos. La actual situación de maximización de la propiedad intelectual azuzada por las corporaciones, no parece haber impedido a las bandas independientes realizar sus giras.

 

Soy un artista muy afortunado. Me gano la vida con ello. No sabía si lo podría hacer. Estoy convencido por la imagen ofrecida por Lewis Hyde de que un artista se halla , por definición, sin importar el medio, nivel de éxito o contexto cultural, en la producción de la cultura, y el participar de ella haciendo cosas es inherentemente realizar una transacción en la que se hace un obsequio y se crea un bien mercantil. Y siempre será así. La pregunta es ¿Cómo afirmamos y damos claridad a esta relación? Por que es muy extraña, ya que se crean bienes de consumo que a la vez son obsequios.

 

Supongo que al avanzar en tu carrera estás en una mejor posición para realizar obsequios de tu propia obra

 

¡Irónicamente así es! Me encuentro en una mejor posición que antes. Pero la verdad es que la alharaca se hace sobre todo al comienzo de las carreras de los artistas, o artistas que han descubierto la inutilidad o la frustración de su esperanza de poder vivir del arte. Se deja esto a las personas que más bien lo hacen como una especie de impulso voluntario desde los márgenes.

 

Hemos visto recientemente ejemplos de gente que ha hecho trabajo comercialmente viable y a la cual se les ha jugado muy suciamente, como Hank Shocklee de Public Enemy , quien casi inventó un nuevo lenguaje musical y que vio como se le puso prácticamente en la ilegalidad debido a la aplicación de las leyes del derecho de autor. Siento que los artistas ya no pueden permitirse el quedarse con los brazos cruzados.

 

Sé que hablo desde una posición muy cómoda. No quiero decir eso en términos de mis situación financiera, que sube y baja, sino en términos de un novelista que es casi inmune a estos temas. He expresado mi molestia por no poder citar alguna letra de Brian Wilson en una novela por no poder costearlo. O cuando algún editor pone en mayúsculas la palabra “curita” en mis páginas, me parece ofensivo, por que yo y mis personajes la hemos usado como un sustantivo. Simplemente lo es. Lo siento pero esa palabra se ha convertido en un sustantivo.

 

La verdad es que podría escribir un libro entero sobre un capítulo entero de “los Simpson”, describiendo la piel amarilla y protuberantes ojos de Homero y nadie podría siquiera interferir con mi decisión como artista o lograr que fuera incosteable que lo hiciera. Pero si un artista visual o un cineasta o un montaje digital intentasen capturar la misma imagen, que es solo parte del lenguaje visual que flota en el aire, ellos no tendrían mi libertad.

 

¿Y si transcribieras el guión del episodio ¿No sería el equivalente de tomar el lenguaje sin alterarlo?

 

Probablemente alcanzarías el punto estético de rendimientos decrecientes antes de lograr que alguien se excite por tu violación de derechos de autor. Pero el punto es: ¿Alguna de estas cosas realmente constituye un rival de ese episodio de “Los Simpson” en la televisión? Probablemente no. ¿Por qué pensamos de esta manera sobre la propiedad corporativa, que es de lo que realmente hablamos?¿O de ciertos modelos de negocios?

 

La gente habla de estos derechos como si tuvieran un poder moral tangible, comparable a los Diez Mandamientos. Pero son nociones corporativas muy locales y convenientes. No todas las cosas pueden moverse de un lugar a otro libremente por las personas que desean hablar de ellas o representarlas o hacer bromas de ellas o mezclarlas con otras cosas.

 

Esta el lado negativo. Platiquen con académicos de James Joyce, quienes se han visto en terribles aprietos debido al exceso de celo de albaceas literarios que no permiten citas directas de la obras. Hay una epidemia de esta tipo de control. Todos pueden protestar diciendo que Samuel Beckett no hubiera visto “Esperando a Godot” escenificada con atavíos de samurai mientras él viviera. Parece apropiado que él hubiera impedido semejantes intentos, puesto que era un tipo muy severo e intenso. Pero si sus herederos consideren que existe una prohibición eterna contra la recontextualización de las cosas que él ofreció a nuestra cultura, solo hay que aplicar la misma regla a Shakespeare y ver lo empobrecedor que eso resultaría.

 

Recibiste una adelanto de USA $ 6,000 por tres años de trabajo en tu primera novela, lo que tristemente, resulta común. Obviamente, si todavía ganaras esa cantidad, sería muy difícil que pudieras seguir haciendo arte y mucho menos pensar en poder hacer esta clase de experimento social.

 

Seguramente, pero el fortalecimiento del control de derechos de autor no fue lo que después me dio más dinero, fue que encontré algunos lectores. Aunque mis derechos estuvieran grabados en kriptonita y duraran 1000 años, si nadie los leyera, no valdrían un centavo. La economía de la atención humana es preciosa, mucho más escasa que cualquier otra. Tengo la suerte de estar en la posición de que, para empezar, alguien se de cuenta de que estoy regalando algo.

 

En tu ensayo, usaste el blues como modelo de un material de “fuente abierta”. Mencionas que Led Zeppelín robaba a los músicos de blues. O podrías ver a Brian Eno y a David Byrne, modelos de buen comportamiento que son, hurtando cosas de otras culturas musicales. O a Picasso saqueando a los “Africanos Primitivos”. Cuando una persona o cultura en el poder se lleva algo de otra persona o cultura con menos poder, sobre todo cuando se obtienen ganancias demenciales en el intercambio, es cuando la gente se pone muy incómoda.

 

De acuerdo. Por eso pongo estos ejemplos. Quería aclarar que existe una increíble variedad de relaciones que los artistas pueden tener con sus fuentes. Algunas nos incomodan, algunas llegan a lo deplorable o patético como “Opal Mehta”. Pero pienso que hay estándares innatos que la gente aplica por instinto, sin importar que puedan articularlos o no.

 

Está la cuestión del valor agregado. Parecía que David Byrne era como un turista, pero aplicó su genio transformador a los trabajos que se apropió, al igual que Picasso. Carlos Mencia no parece agregar valor alguno a las bromas que otros cómicos dicen que se ha robado. El solo las recogió. Así que éste es un estándar.

 

Otro es el engaño. A la gente no le gusta que le tomen el pelo. Hay hasta cierto punto un grado de si no citas, por lo menos la sugerencia de que hay fuentes. La tercera es el tema de Led Zeppelín: Espera, acabas de ganar mucho dinero con esto. Este era blues sin registro de derechos ¿y tu solamente lo registraste a tu nombre? Esta es la acción Disney/Zeppelín. Estos creadores podrían pasar sin problemas la prueba del valor agregado. Pero parece que la cantidad de dinero que se generó a partir de fuentes que no eran bienes mercantiles anteriormente, es algo desproporcionada.

 

Eso es lo que hace que la gente tenga miedo de hacer su material disponible sin protección legal.

 

Creo que ahora hay una cultura de escarnio público bastante fuerte que se encargaría de tipos como esos. Claro hay dos sentimientos que no siempre congenian por completo. Esa es una razón por al que no llamo a éste una proyecto de fuente abierta. Los proyectos de fuente abierta requieren que cualquier uso subsidiario haga que su situación como un bien no comercial se perpetúe. Decidí que no era éste el control que deseaba imponer. Parte de lo que quería celebrar era el aspecto no controlado de mi obsequio.

 

Por ejemplo, he puesto letras de mi nueva novela en mi sitio Web. Y no es que diga ”Como no tengo una canción de éxito y hago dinero con éstas letras” No se si alguien pueda hacerlo, pero si lo logran estaría feliz por ellos. Para mi, el escribirlas es suficiente. No busco una recompensa en esa área y no me interesa prohibir que alguien la busque. Así que es algo diferente de la descripción de la fuente abierta.

 

Eso va para el sentimiento de Samuel Beckett o mejor el de la sucesión de Margaret Mitchell [quienes demandaron por violación de derecho de autor a The Wind Done Gone”]. Si haces cosas no puedes determinar su destino en el mundo. ¡Dios! Debes estar agradecido si es que tiene uno. Si a alguien le importa un bledo es una bendición. Todos los artistas deben recordase a sí mismos constantemente lo afortunados que son por que a la gente se preocupe, para empezar. Si la gente hace algo con mi trabajo que no es tan interesante como yo esperaba, o si hacen algo que les de mucha plata, no poder ordenar su destino es algo que debo aceptar como parte de este gesto.

 

Pero para ser totalmente obvio, las letras y hasta proyectos de películas no son novelas. Algo que siempre conservaré son los derechos de mis novelas. Con mi nueva novela, invito a algún cineasta que haga un acto de fe conmigo y diga que cinco años después del lanzamiento del filme montemos una obra de teatro o un cómic o un musical o una segunda parte. Probablemente no haría esto con todas mis novelas. Con algunas, todavía me atrae el tener algún control. Con ésta, sentí que disfrutaría mucho el obsequiarla. I es mi decisión. Esa es la clave. Proviene de mi elección. Pero no creo que 50 o 100 años después de mi muerte, todavía deba haber alguien que diga que es lo que se puede hacer o no con mi obra. No tiene sentido. Como señala Lawrence Lassig, no se puede motivar a un creador muerto para que haga más arte ofreciendo protección de sus derechos de autor.

 

Me da curiosidad ver lo que pasa cuando se invierte esta prueba del valor agregado. Por ejemplo, esa mujer que dice haber inventado los “muggles” antes que JK Rowling o el ejemplo del tipo que escribió una mala versión de “Lolita”. Si hacer buen arete legitima el préstamo, ¿es verdad el corolario? Si hacer arte malo ¿Repruebas esa prueba del valor agregado y de repente tu fracaso artístico se vuelve ilegal también?

 

El mal arte nunca es no ético. Es importantísimo aclarar esto ya que todo artista hace mucho mal arte antes de hacer buen arte y a menudo hay intervalos en que se hace más mal arte durante la producción del bueno. Ha de ser alentado de igual manera que el hacer buen arte.

 

Parece atrevido inventar una banda ficticia

 

Si, a menudo no funciona tan bien. Creo que he evadido la prueba de algún modo, primero que nada por que inventé una banda de medio pelo. No se supone que te convenzan que se van a apoderar del mundo. Inventar arte ficticio que parezca que va a poner al mundo de cabeza, siempre se siente muy falso.

 

Si alguien novelara las cosas que sí tienen éxito, tampoco sonarían bien. En lugar de hacer eso, inventé algo como la película vanguardista de Fortress of Solitude, inventé un arte al que a nadie importa. Es mucho más fácil persuadir a la gente, por que eso ocurre mucho.

 

La otra cosa que hice no fue una estrategia conciente -aunque después de que lo hice me percaté que era una estrategia inconciente-, y fue que no trabajé afondo las letras de la canción. Detesto que haya letras ficticias para una canción completa. Me hacen avergonzarme. No creo que muchas letras reales sean persuasivas en papel, aún de canciones que te gusten. Así que solo doy el fragmento de una línea –aún en el caso de “Monster Eyes” (Ojos de Monstruo). Solo doy el estribillo. Aún así te da libertad para creer que la canción te gustaría si la oyeras entera.

 

Muchas de las frases del Quejoso podrían ser eslóganes de comerciales. Se establece un interesante paralelo entre las canciones pop y los jingles publicitarios.

 

Es cierto. Estaba muy interesado en cómo muchas grandes canciones pop se escriben de lenguaje inicialmente indiferente o aparentemente descompuesto. Están todas esas grandes canciones de soul que toman eslóganes comerciales populares u ocurrencias baratas como “no rasques donde no hay comezón” o “prefiero pelear que cambiar”, o cuando Buddy Holly tomó la frase “That’ll be the Day” (Ese será el día) de la película “The Searchers” Aún dentro del filme, una de las cosas embarazosas es que John Wayne repite demasiado esa frase. Sientes que están tratando de grabártela. Así que Buddy Holly se da cuenta de esto y hace una canción inmortal por la emoción que le provocó esta frase.

 

Estas cosas flotan en el ambiente y no pertenecen a nadie en particular, por lo menos no a la gente que las usa. No solo son vernáculas, sino que se sienten vulgares, como cuando alguien recoge un envoltorio de chicle y lo pone en un cuadro. Yo quería darle esa calidad de calcomanía barata.

 

Pero el Quejoso es una especie de idiota sabio. Posee esa cualidad de ser irritante e imposible de ignorar, como el lado malo de una canción pegajosa, cuando el pop goza de éxito y deseas que no lo hubiera obtenido. Tiene una cualidad viral. Aquí es cuando la publicidad y un buen gancho pop convergen, el ruido en tu cerebro del que no puedes alejarte.

 

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