Irak: ¿Por qué los medios fallaron? PDF
Escrito por Gary Kamiya   

 

salon logo

 

 

 


Temerosa de retar a los líderes norteamericanos o de la noción convencional sobre el Medio Oriente, una prensa sin agallas se desmoronó.

 

Abril 10, 2007. No es un secreto que el período transcurrido entre el 11 de septiembre y la invasión de Irak representa uno de los más grandes derrumbes en la historia de los medios de comunicación estadounidenses. Todas las ramas de los medios fallaron, desde los diarios, las revistas y los sitios Web, hasta las cadenas de televisión abierta, los canales de cable y la radio. No voy a entrar en detalle sobre las fallas específicas de cada medio, su credulidad acerca de tubos de aluminio y nubes atómicas y el no aclarar que Saddam Hussein nada tuvo que ver con el 11 de septiembre. Se sabe bien que lo repetirán. En todo caso, la falla real no fue solo en un área, fue en todas. Las mentiras y distorsiones de la administración Bush no fueron cuestionadas o fueron promovidas activamente. Presunciones elementales y problemáticas sobre el terrorismo y la “Guerra contra el Terror” rara vez fueron debatidas o siquiera discutidas. Casi nunca se proporcionó un contexto histórico que era primordial. Y no fue solo una falla en el análisis. Salvo algunas honorables excepciones, el buen reportaje de la vieja escuela también estuvo ausente.

 

Aunque quizá la falla más notable de la prensa fue su incapacidad para determinar el porqué se inició esta desastrosa guerra. Kristina Borjesson, autora de Feet to the Fire (Pies al Fuego), una colección de entrevistas con 21 periodistas sobre cómo la prensa se vino abajo, resume brevemente “Lo que encontré realmente profundo es que no había un consenso entre el liderazgo nacional sobre el porqué hicimos esta guerra. Borjesson dijo a AlterNet”[La guerra] es la actividad más extrema en la que una nación puede comprometerse, y si no fueron claros sobre ella, eso quiere decir que el público no estaba necesariamente claro sobre las razones reales. Y pienso que todavía el pueblo norteamericano no lo tiene en claro.”

 

Desde luego, los medios no se derrumbaron solos. El Congreso cedió y autorizó a Bush ir a la guerra. Y la mayoría del pueblo norteamericano, traumado por el 11 de septiembre, siguió a su a su alucinado presidente por las senda triunfal. Aunque los medios hubieran hecho su trabajo, quizá Bush hubiera logrado su guerra, pero nunca lo sabremos.

 

¿Por qué los medios fallaron tan desastrosamente en su respuesta al mayor tema de toda una generación? Para responder esto, necesitamos revisar tres grandes aéreas interrelacionadas, que he denominado psicológica, institucional e ideológica. Los medios adolecían debilidades desde antes en los tres frentes, y cuando un devastador ataque terrorista y una administración extremista, hipócrita e irresponsable se juntaron, el resultado fue una tormenta perfecta.

 

La categoría psicológica es la más amorfa de las tres y la denominada con menos exactitud, fácilmente la podríamos llamar sociológica. Por ella, entiendo a la manera –sutil, interna y a menudo inconciente- en que los medios apoyan o difieren de ciertos valores e ideales sacrosantos. Los periodistas gustan de verse como agentes autónomos que buscan la verdad sin temor o buscando favores, pero de hecho, los medios, y en especial los medios masivos, obedecen toda una serie de códigos, a veces tácitos, que regulan lo que creen que pueden decir. Las cadenas de televisión son el ejemplo más claro. Desde códigos de decencia a tema principal, las cadenas siempre han estado rodeadas de una vasta e invisible red de restricciones.

 

Vistos a ésta luz, los medios masivos son una institución cuasi-oficial, una nana de la información, responsable de mantener una especie de consenso nacional. Tal como nuestro sistema jurídico se basa en gran parte en lo que pensaría una persona “razonable”, nuestros medios masivos están encargados de presentar no solo una visión precisa del mundo, sino también una visión “apropiada”.

 

Lo que “apropiado” signifique en términos absolutos es imposible de definir. Sin embargo, en la práctica, el significado es claro. Se refleja en unos medios cautelosos, de centro, que se someten a los dogmas nacionales aceptados y se permiten discretamente opinar sobre los temas únicamente cuando creen que la opinión popular les otorga esa licencia. Las “guerras culturales” de las décadas recientes son, en gran medida, la reacción de enfurecidos conservadores, que perciben legítimamente que los medios “liberales” han conferido su sello de aprobación a temas como los derechos de los homosexuales y el derecho al aborto. De hecho, los principales medios masivos solo se atreven a desviarse del imaginario centro nacional desde un discurso “apropiado” que se encuentra en un lugar marcado con límites bien definidos.

 

Los padres de familia pueden tener justificación para basar sus decisiones en lo que es “apropiado”, pero el que los medios lo hagan es en extremo peligroso, y más aún en tiempos de guerra o trauma nacional. Después del 11 de septiembre, el espacio de maniobra se restringió aún mas. Lo que era “apropiado”, se convirtió en sumisión a los líderes del país. El patrioterismo y la unidad nacional eclipsaron a la verdad.

 

El despliegue de patrioterismo mediático después de los ataques revela lo frágil que es la barrera ente periodismo y propaganda. Fox News, cadena cuyos reporteros lucían botones con la bandera americana y cuyas noticias consistían en una constante adulación a las políticas de la administración Bush, fue desde luego, el caso más notorio. Un mes después de que los Estados Unidos comenzaron a bombardear Kabul, el periodista de Fox, Brit Hume de hecho dijo “En ABC News, donde se prohíbe el uso de botones con la bandera, Peter jennings y su equipo han dedicado mucho más tiempo a cubrir las noticias sobre víctimas civiles que todos sus competidores de las otras cadenas”. Leer esta declaración cinco años después es un útil recordatorio de cuan omnipresente fue en esos días -y hasta el día de hoy- en Fox, esta especie de histeria colectiva patriotera y cuasi estalinista. Fox fue el peor, pero el resto de los principales medios masivos estaba claramente influido por la necesidad percibida de ser “americanos primero, periodistas después”. Esto se manifestó menos en los reportajes obviamente falseados o prejuiciados que en maneras más sutiles: la simple falta de investigación de los pretextos la administración Bush, el salir del “circulo mágico” de los expertos autorizados, o en general, cuestionar agresivamente toda esta aventura surrealista.

 

Esta falla fue todavía más notable por que la preparación para la guerra fue en cámara lenta. Durante nueve meses o más, todos sabían que Bush estaba decidido atacar Irak y nadie sabía realmente por qué. Aun así, los principales medios masivos fueron incapaces de salir de su estupor. En un momento decisivo, el estupor parecía casi literal.

 

En una tristemente célebre conferencia de prensa, el 6 de marzo del 2003, solo unos días antes de la invasión a Irak, los peces gordos de los principales medios presentes, estaban tan letárgicos y aparentemente tan resignados ante la inevitabilidad de la guerra, que parecían estar drogados. El corresponsal de la ABC en la Casa Blanca Terry Moran dijo que la prensa se retiró “como si fueran zombis”.

 

No digo que no haya un lugar para el patriotismo o la solidaridad, el 11 de septiembre fue un caso especial. Miles de norteamericanos acababan de ser asesinados y esto aumentó la conciencia de nuestra identidad nacional, lo que era inevitable e inobjetable. Quien, por ejemplo, podría ponerle un pero a la serie de “Retratos del Dolor” que publicó el New York Times para homenajear a las víctimas del 11 de septiembre? Esta publicación tenía claras implicaciones políticas. Por ejemplo, el Times nunca publicó una serie de las 3,000 o más víctimas que mueren en accidentes automovilísticos cada mes en los EEUU. Pero fue una decisión editorial legítima.

 

Pero si se trata de análisis previsor y reportaje (en lugar de una cobertura aduladora), la patriotería y la histeria colectiva son venenos para el periodismo.

 

El argumento implícito de Hume de que reportar extensivamente sobre las víctimas civiles era “antiamericano” fue un ejemplo extremo. Pero en las redacciones en todo el país, tuvieron lugar miles de casos más pequeños de autocensura o cobertura selectiva.

 

EL 11 de septiembre fue un tabú sagrado que hasta el periodista con sangre más fría y desapasionado, temía tocar. Habían visto lo que le ocurrió a Susan Sontag, quien fue crucificada por atreverse a decir que los que efectuaron el ataque no eran unos cobardes, que la bravuconería del presidente Bush era “robótica” y que Estados Unidos necesitaba replantear con urgencia sus políticas en el Medio Oriente. (el New Republic publicó un artículo titulado “¿Qué tienen en común Osama Bin Laden, Saddam Hussein Y Susan Sontag) Bill Maher perdió su programa de TV al rehusarse a plegarse a la línea de “los terroristas son cobardes” y Noam Chomsky fue declarado traidor por llamar a los Estados Unidos un estado terrorista, y advertir que una respuesta violenta la 11 de septiembre sería contraproducente.

 

Un ejemplo personal: En un artículo que escribí en “Salon” antes de las elecciones de 2004, cuando ya había pasado lo peor de la ola patriotera, escribí: “Aunque sea una herejía, los ataques terroristas probaron que es posible reaccionar en exceso, y específicamente reaccionar tontamente a un ataque que dejó más de 3,000 muertos.” La idea de que habíamos “reaccionado en exceso” ante este sagrado evento, fue tan explosiva que hasta mi editor me cuestionó sobre ello. Pero la frase se quedó. Pero yo escribo para Salon, uno de los pocos medios grandes que se opuso a la guerra desde el comienzo, un medio que no es propiedad de las corporaciones y es agresivamente independiente. ¿Cuántos sentimientos terminaron en los cestos de basura o ni siquiera fueron escritos?. Tal como Mark Hertsgaard señaló en su estudio sobre las debilidades de los medios en la época de Reagan On Bended Knee The Press and the Reagan Presidency, la censura más efectiva es la autocensura.

 

En resumen, los ataques no solo mataron a casi 3,000 norteamericanos, sino también la capacidad de los medios masivos para cuestionar la administración, que se convirtió en una experta para calificar como casi una traición cualquier desacuerdo con ella. Cuando Ari Fleischer declaró el infame “todos los norteamericanos necesitan cuidarse de lo que dicen, ven y hacen”, los principales medios masivos obedecieron. Esta cobardía fue compensada por la mucho más combativa y crítica perspectiva de los analistas, a menudo académicos que no escribían para un público masivo y que por ende no habían aprendido a someterse a la opinión de los “mejores y más brillantes” y a encuadrar su opinión dentro de un imaginario centro norteamericano.

 

Una y otra vez, durante la preparación de la guerra y su primera etapa, me sorprendió la diferencia entre el claro análisis de los libros y el batiburrillo centrista de los periódicos y la TV. Esta fue especie de batalla surrealista entre los libros y los medios masivos, que los libros ganaron patentemente.

 

El libro Resurrecting Empire (Imperio resurgente) de Rashid Khalid, escrito antes y durante los primeros días de la guerra en Irak, predijo con exactitud el predicamento en que los Estados Unidos se acababa de meter, desacreditando la idea de que la gente del Medio Oriente, que tiene una larga memoria histórica de la opresión imperialista, iba a aceptar a los estadounidenses como “ liberadores”. El libro Incoherent Empire (Imperio Incoherente) de Michael Mann, escrito en la misma época, expuso la incoherencia de la “guerra contra el terrorismo” de Bush. Mann señala que existe una diferencia fundamental entre terroristas “nacionales” como Hamas y los “internacionales” como Al-Quaeda y que tratarlos como si fueran lo mismo, como hizo y hace Bush era un error catastrófico. También en A Fury for God (Una Furia por Dios), de Malise Ruthven, publicado antes de la guerra, se investigan las raíces históricas del Islamismo violento a través de la Hermandad Islámica hasta Sayyid Qutb, señalando el corrosivo efecto del conflicto palestino-israelí en la mente musulmana y advirtió que “otra Guerra del Golfo causará más mal que bien.”

 

No todo estaba perdido. Algunos de los mejores comentarios estaban en el Internet en blogs como el Informed Comment de Juan Cole y Just World News de Helena Cobban, pero estos sitios tienen un número limitado de lectores. Hubo notables excepciones de la prensa impresa, como el excelente reportaje de Knight Ridder, Jonathan Landay y Warren Strobel, quienes denunciaron las falsas afirmaciones de la administración Bush acerca de la “amenaza” que representaba Saddam Hussein. Walter Pincus, del Washington Post también cuestionó las afirmaciones de Bush sobre las armas de destrucción masiva (esta historia fue relegada a la página 17 antes del inicio de la guerra). Seymour Hersh, del New Yorker, y Mark Danner del NewYork Review of Books, también se distinguieron por su cobertura de la prisión de Abu Ghraib, yendo desde los muros manchados de sangre en las afueras de Bagdad hasta el Secretario de la Defensa, Donald Rumsfeld.

 

Pero tales autores y periodistas eran contados, y nunca aparecían en la TV. Ya que la guerra tenía rato, la mayor parte de los medios masivos seguían obsesionados con las desaparecidas armas de destrucción de Saddam Hussein y los “retos de la reconformación del Oriente Medio”, ignorando los argumentos de fondo. Fue un descarnado ejemplo de la diferencia entre el periodista y el académico.

 

Aun antes de que se revelaran los pies de barro de Irak y de la administración Bush, el periodismo americano no estaba en una de sus fases heroicas. La prensa es menos agresiva de lo que fue en al época de Wateragate. Su papel beligerante se ha debilitado. Se pliega más ante al autoridad, es más dócil y menos amenazante hacia lo que la gran periodista israelí Amira Hass denomina “los centros de poder”.

 

Existen una serie de razones para este ablandamiento de la prensa. Una es económica. El declive de los periódicos, el surgimiento de “infotenimiento”, y la obstinación de los dueños de las compañías para producir grandes dividendos para los accionistas, han disminuido los recursos y llevado a una fijación que impide el reportaje agresivo. Hay mucha plata en el reportaje agresivo y combativo, pero la mayoría del dinero se encuentra en la derecha, no en la izquierda. El espectacular éxito de los medios de extrema derecha como Fox News y de estridentes demagogos como Rush Limbaugh y Ann Coulter no ha alentado a los dueños de los medios, demasiado miopes para ver que existen alternativas viables al desabrido rol de niñeras informativas de las cadenas nacionales y poder alentar el periodismo verdadero. (la blogósfera representa el comienzo de una revuelta nacional contra los ahora desacreditados centinelas de los medios masivos).

 

El otro es el efecto narcótico de la cultura corporativa: Los principales medios cada vez se vuelven más desabridos y timoratos, tal como las enormes burocracias de las que son propiedad y cada vez se vuelven más indistinguibles del gobierno federal y de entre ellos mismos. Cada vez es más difícil “monitorear a los centros de poder” cuando trabajas para una gigantesca corporación que se encuentra en el mismísimo centro del poder.

 

Hay un intercambio “faustiano” para el “periodismo de acceso” al que cada vez más periodistas prominentes han sucumbido, tal como lo revela la debacle de Judith Millar. Tal como el informante del Pentagon Papers, Daniel Ellsberg dijo a sus editores en el 2003, éste es un pecado capital del periodismo. “Es irresponsable que cualquier miembro de la prensa se guíe únicamente solamente por las fuentes gubernamentales, sean el presidente, los secretarios u oficiales de menor rango. Eso definitivamente incluye a los personajes semiocultos que alegan tener la “verdadera” historia. Así como las conferencias de prensa son un vehículo para mentirle al público, estos personajes semiocultos lo son para mentirle a la prensa, convenciéndola de que están obteniendo una historia vendible”.

 

Mientras resonaban los tambores de la guerra, la prensa compró y compró hasta que se dieron cuenta que ellos habían sido vendidos.

 

Un asunto muy relacionado es el advenimiento de una súper clase de periodistas de TV, que son tan ricos y famosos como la gente que cubren, y que rutinariamente socializan con ellos en fiestas y eventos. Estos periodistas-celebridades podrán presumir de su “dureza”, pero nadan cómodamente en las aguas del conocimiento convencional a su alrededor, y en lo relativo al Medio Oriente, ese conocimiento convencional está en la bancarrota.

 

Esto nos lleva a la tercera y última área en donde el periodismo fracasó después del 11 de septiembre: La ideología. El evaluar el porqué los Estados Unidos fueron atacados requería que los periodistas aprendieran sobre la historia del mundo árabe y musulmán, y no leer a medias algún tendencioso artículo de Bernard Lewis descalificando los reclamos árabes. El evaluar lo peligroso que realmente era Saddam Hussein, requería tener un conocimiento del Medio Oriente contemporáneo, no solo una rápida lectura de The Threatening Storm (La Tormenta amenazante) de Kenneth Pollack, que decía que la amenaza que representaba Saddam era tan grande, que la guerra era necesaria. Evaluar toda la “Guerra contra el Terrorismo” de Bush, precisaba una desapasionada exploración del terrorismo en sí mismo, libre de lo emotivo del 11 de septiembre, y comprender que el terrorismo es esencialmente una forma de guerra asimétrica, que a menudo tiene éxito al provocar una reacción excesiva, y que puede esgrimirse al servicio de metas legítimas, y que la mayoría de los terroristas no son ni cobardes ni dementes. En verdad cada una de éstos temas necesitaba ser visto con completa objetividad, sin vacas sagradas de ninguna especie.

 

Nada de esto ocurrió debido a tres razones relacionadas entre sí. La primera fue simple ignorancia: La mayoría de los periodistas de los grandes medios, sencillamente no sabían mucho del Medio Oriente y poseídos por una especie de humildad malentendida, creyeron que aprender no era algo que tenían que hacer.

 

En segundo lugar, la sociedad americana en general tiene una tendencia pro israelí, que generalmente es compartida por los periodistas (que están demasiado intimidados o son demasiado ignorantes para cuestionar), lo que inmediatamente los lleva a hacer suposiciones y adoptar creencias respecto de los árabes, el terrorismo y el Medio Oriente en general. El historiador Tony Judt opino en el London Review of Books, que el apoyo brindado por tantos periodistas liberales y expertos a la guerra de Bush se explica por su apoyo a Israel. Puesto que ésta orientación es considerada la “apropiada”, prácticamente afecta todos los aspectos de la cobertura de los medios en el Oriente Medio. Las perspectivas musulmanas y árabes no tienen casi cobertura mediática en los EEUU, debido a que tienden a ser anti-Israel. Si hubieran sido cubiertas, muchos norteamericanos hubieran sopesado de manera muy distinta las oportunidades de éxito de la guerra en Irak. En lugar de eso, los medios norteamericanos trabajan dentro de un espectro ideológico muy estrecho del Medio Oriente, usando una y otra vez las mismas fuentes de centro-derecha y derecha. Para dar un ejemplo específico, el New York Times, cuando requiere opiniones expertas sobre asuntos israelíes, recurre al Washington Institute on Near East Affaires (Instituto de Washington sobre Asuntos del Medio Oriente), un grupo intelectual pro-israelí de centro-derecha. El Times rara vez recurre a expertos de centro-izquierda o izquierda como Cobban o MJ Rosenberg para comentar sobre Israel. No hay evidencia de que el desastre de Irak, que estos expertos de derecha apoyaron de manera casi unánime, haya servido para que los medios replanteen sus fuentes o su orientación ideológica.

 

Peor aún, quizás el tabú de discutir este tema públicamente, ha contribuido a ahogar el crucial debate sobre la guerra. Como señaló Michael Kinsley hace más de 4 años en Slate, una de las grandes motivaciones para el gran apoyo de los neoconservadores a Israel a favor de la guerra se dió debido al proverbial “elefante en la habitación”, todos lo ven pero nadie habla de él. Kinsley señala correctamente que había motivos honorables para tal silencio, nadie quería que se dijera que la guerra era promovida por judíos que únicamente debían lealtad a Israel. Esta es una caricatura. Tal como Kinsley y yo hemos dicho, para los judíos neoconservadores que jugaron un papel clave en la planeación de la guerra, simplemente se tomo como un axioma el que los intereses de EEUU y los de Israel son idénticos. Pero la suposición de los intereses compartidos es altamente problemática, por decir lo menos. Algunos comentaristas, como Philip Weiss, han llevado a la mesa de discusión el sensible tema del papel jugado por la preocupación de los neoconservadores por la seguridad de Israel. En los años por venir, los historiadores cavilarán el porqué los EEUU bajo Bush, adoptaron, en efecto, la posición israelí respecto al mundo árabe, sin que se discutieran las implicaciones – o por lo menos se reconocieran los paralelos- de esta arriesgada y radical postura.

 

Para terminar, los medio fueron incapaces de lidiar con las motivaciones, altamente abstractas e ideológicas, de la guerra de Bush, especialmente por que esas motivaciones, como fue admitido notoriamente por Paul Wolfowitz, nunca fueron aclaradas. Para oponerse a la guerra frontalmente, uno debía retarlas dos razones reales detrás de ella, la cruzada neoconservadora contra el “Islamofascismo” y el frío deseo de los guerreros para reafirmar el poder norteamericano. Pero esto significaba no solo enfrentarse a las vacas sagradas del 11 de septiembre e Israel, sino también lidiar con la negativa de la administración para reconocer públicamente estas abstractas razones y retar el que la Casa Blanca se oculte detrás de pruebas amañadas sobre la existencia de las armas de destrucción masiva de Saddam, debido a “razones burocráticas”, para usar las palabras de Wolfowitz. Para los medios masivos -sin preparación, intimidados y atrapados en el torrente del conocimiento a medias y el patrioterismo- esto era demasiado. Tal como dijo Kristina Borjesson, el resultado fue que los medios masivos se fueron de la guerra y no la llegaron a entender. No puede haber una acusación más seria.

 

Debemos señalar otra razón del fracaso de los medios en Irak: la administración Bush. Los medios masivos, especialmente en su debilitada posición actual, simplemente no están equipados para lidiar con un régimen tan manipulador, disimulado, vengativo y –para andarse sin rodeos- maligno como éste. Ver a la prensa tratando de enfrentarse a la pandilla Bush-Cheney es como ver a la caballería polaca cargando contra los tanques alemanes en 1939.

 

¿Aprendieron los medios la lección?¿Que nos depara el futuro? De muchas maneras, los medios definitivamente han mejorado. Después que la guerra comenzó a ir mal y las armas de destrucción masiva no aparecieron, la mayoría de las agencias de noticias comenzaron a endurecer su posición contra la administración Bush. El New York Times en particular, halló sus agallas criticando a la administración por su incompetencia e hipocresía y siendo escépticos ante sus supuestos progresos en Irak. Y desde el comienzo de la guerra, el trabajo de los corresponsales en el campo ha sido muy superior al de los analistas.

 

El problema, desde luego, consiste en que la prensa se volteó contra Bush solo cuando bajó su popularidad, otra señal de que el Cuarto Poder se ah convertido más en un anemómetro que en un relator de la verdad.

 

El veredicto final no ha llegado. Los medios han mejorado, sin duda, pero tienen mucho que resarcir. Los problemas estructurales-psicológicos, institucionales e ideológicos- que jugaron tan importante papel en su derrumbe, siguen ahí y no hay razón para pensar que se irán. Y además, está la guerra, que redujo a gran parte de los medios a meros hinchas agitando la bandera. Si los medios aprendieron que un tonto puede hacer sonar el clarín de guerra, que no todas las guerras iniciadas por los EEUU son correctas o necesarias, y que las pretensiones de superioridad moral no constituyen un argumento, entonces tal vez algo pueda rescatarse de este lamentable capítulo después de todo.

 

 

Gary Kamiya

 


 

 

http://zonezero.com/magazine/articles/salon.com02/02sp.html

 

 

 
Enviar a
|
Más